Todo es nuevo. Todo es diferente. El mundo está cambiando de manera rauda y veloz. La disrupción, esa que para muchos era hasta hace poco un mero “hype”, ha entrado de lleno en nuestra vida (para ponerla patas arriba en tiempo real).
El coronavirus ha hecho temblar los cimientos del mundo del trabajo de manera increíblemente violenta. De repente millones de personas en todo el mundo se han acogido (a la fuerza) a la fórmula del teletrabajo. Pero, ¿durante cuánto tiempo trabajaremos desde casa? Y cuando todo pase, ¿regresaremos de verdad a la vieja normalidad o a una completamente nueva?, se pregunta Jürgen Scharrer en un artículo para Horizont.
Por lo pronto parece que el hercúleo esfuerzo logístico de trasladar miles de oficinas a los domicilios particulares de los empleados se ha hecho excepcionalmente bien en todas las industrias (también en la publicitaria). Lo que otrora hubiera tardado varias meses en implementarse se ha demorado ahora apenas unas horas (como mucho unos días).
En la interacción entre anunciantes y agencias todo parece más fácil, más rápido y más eficiente. La toma de decisiones se ha tornado menos burocrática y las campañas se alumbran con asombrosa celeridad.
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Pero como en toda historia el éxito del “home office” tiene también un lado oscuro. Más allá de añadir presión por partida doble a quienes además de publicitarios son también padres, el teletrabajo desgaja (al menos parcialmente) a la creatividad del que ha sido su santo y seña durante los últimos años: que es hora de decir adiós a los lobos (creativos) en solitario para alumbrar ideas en equipos tan ágiles como libres de barreras.
Aunque a muchos se les llena la boca hablando de manera entusiasta de la proximidad humana que emerge de las ubicuas videollamadas (esas a las que están condenados los publicitarios), otros se sienten extenuados y claramente sobrepasados por la situación. De hecho, ha surgido una nueva expresión para referirse a este fenómeno: “Zoom fatigue”.
La fatiga que ha echado las garras en tantísimas personas durante los últimas semanas es completamente comprensible en el plano psicológico. Es tan extraño como poco natural no tener contacto visual directo con nuestro interlocutor y ver en pantalla no solo a aquella persona con quien estamos conversando sino también nuestro propio rostro. Un rostro en el que para colmo de males no podemos sino observar defectos: doble papada, ojeras y un estilismo capilar absolutamente horrendo.
No podemos determinar con exactitud qué se llevará por delante la pandemia del coronavirus de manera permanente y qué seguirá siendo como antes. Pero ante nosotros se despliegan hoy por hoy dos caminos divergentes. Por una parte, no podemos sino maravillarnos de los increíbles avances protagonizados en los últimas semanas por la digitalización. Y por otra, nos morimos de ganas de abrazar de nuevo la vida analógica (y por ende, también de regresar a la oficina), concluye Scharrer.